Nueve orejas y dos rabos de un desmedido palco pasearon Sánchez Vara, Francisco Montero y Luis Gerpe, que hizo lo más destacado ante un interesante encierro de Buenavista.

El bonito y cuidado albero de la cubierta de Villarrubia desprendió bochorno de lo lindo al comienzo del festejo, con el ya tradicional retraso inicial al que nos toca acostumbrarnos, como tantos y tantos atropellos litúrgicos que sufre la tauromaquia en nuestros días, por estas plazas de Dios. El resultado al final, las tres horas de festejo a las que parece abonarse la fiesta, sin enterarse nadie, del perjuicio que ello conlleva, en fin…

Desmonterados los tres matadores ante su debut en Villarubia de los Ojos, al igual que Buenavista, el hierro sevillano de Castillo de Las Guardas, donde doña Clotilde Calvo trabaja ante los misterios de la bravura sobre una línea de toro con origen Juan Pedro Domecq. Los lidiados esta tarde tuvieron buena presencia, corrección de hechuras y el trapío adecuado e idóneo para que en una plaza de tercera no haya estridencias, pero si haya importancia en la presencia del toro. La corrida tuvo connotaciones positivas en los primeros tercios, aprobando en el “monopuyazo” donde la corrida cumplió por las formas de empujar abajo, quedándose ahí y metiendo los riñones. Quizá se pudo lucir mucho más, si la terna hubiese dotado de mayor brillantez este capítulo, el cual debería suponer cada tarde, eje fundamental para el aficionado y para los profesionales, sin que el orden de los factores altere el deseado resultado.

El palco presidencial entregó sin medida la cuchara del triunfalismo, concediendo máximos trofeos desmedidos y una vuelta al ruedo al sexto, quizá en conjunto a una interesante corrida de Buenavista, pero fuera de lugar, en coherencia a lo desarrollado por “Lustroso”.

El toreo encajado y reunido de mayor brillantez artística lo ofreció Luis Gerpe, que es un torero al que se puede ver con el interés que despiertan los que quieren torear bien. A su primero lo quiso embrocar como si fuera de categoría, desde la buena colocación, extrayendo la poquita agua de ese segundo pozo de la tarde, que quizá fue el más distraído e incierto.

En quinto lugar, saltó el más grandón y despegado del suelo de la corrida y como esto de la bravura no hay quien lo entienda, fue el que más profundidad regaló a su matador. El recibo capotero ya trajo contenido por abajo, con los vuelos de un capote que sabe mecer el gallego/toledano echando la pierna al sitio donde se carga la suerte y se fabrican los sueños. Se desmonteró Joao Pedro tras parear con gran brillantez y exposición.

Gerpe trazó su faena por donde hay que trazar las líneas, por abajo y hasta atrás, consiguiendo dibujar lo que viene siendo el toreo. En este quinto capítulo también patinó el palco presidencial, con un criterio ya a la deriva y sin frenos a esas alturas de festejo, otorgando dos excesivas orejas tras una estocada con clara travesía y varios descabellos.

De Sánchez Vara y Francisco Montero se puede hacer un análisis al alimón en líneas generales. El alcarreño que abría cartel, necesita esa alimaña que requiere delante un torero de su corte, curtido en “cien mil batallas” y que en tardes como las de hoy, ante un lote con muchas opciones anduvo dubitativo, sin conseguir ajustes ni reunión. Se afanó en mayor medida por la vía de enjaretar sus trasteos, consiguiendo un balance resultadista de tres orejas y un rabo de un palco en rebajas y ofertas del 3×1.

Montero llevó el bullicio con sus alardes y estrategias de conexión con el tendido, el cual aporreaba las barreras de metacrilato de sus gradas, calimocho y cerveza en mano, causando un estruendo muy vulgar, como fueron varios pasajes de la actuación del gaditano, nacido en Chiclana. Lo del rabo de su primero fue algo surrealista por parte del palco, al cual llevo citando durante toda la crónica, muy a mi pesar.

Quizá más grave o surreal vino en el sexto, cuando Montero planteó un inicio de faena que arruinó las grandes expectativas de bravura que hizo el que cerraba la tarde. Un cuajado cinqueño de Buenavista que galopó y transmitió hasta más no poder en los primeros tercios, y al que de manera incomprensible dejaron vaciarse en el caballo, sin que “el pica” le levantara el palo de manera inaudita.

Me cuesta creer que ningún profesional que rodeaba la escena le indicara al varilarguero que levantara el palo. El toro con la cara abajo se mantuvo más de dos minutos, con lo que ello conlleva, para después prolongar una eternidad un tercio de banderillas sin ajustes, y para colmo, comenzando la faena en toriles, donde se encontraba la ganadera Clotilde Calvo, receptora del brindis de un Montero acelerado y al parecer solo preocupado de obtener los trofeos, y que suene por los altavoces resultadistas y engañosos del taurineo.

Tardes como las de hoy, vienen a explicar la teoría del maestro de Camas, aquel que desprendía el verdadero aroma del Romero, y quien bautizó las orejas y rabos como despojos de un arte tan bello como efímero. O lo mismo que resumir lo acontecido en Villarrubia desde el respeto a su afición, y desde el honor a la bravura interesante del encierro de Buenavista, así como a todos los profesionales que se pusieron delante, pero sin poder obviar el sinsentido triunfalista que enmascara una realidad, la realidad de la fiesta brava del presente, a la que hay días que duele mirar.

Crónica: Víctor Dorado Prado

Galería fotográfica: © Manuel del Moral Manzanares

Plaza de Toros de Villarrubia de los Ojos. Media entrada. Bochorno muy caluroso en la cubierta.

 Se lidiaron toros de Buenavista, bien presentados y manejables. Destacaron 4º (encastado), 5º (con gran fondo y profundidad) y 6º “Lustroso” de nombre, que fue premiado con la vuelta al ruedo. 

 Sánchez Vara, de tabaco y oro: oreja y dos orejas y rabo.

 Luis Gerpe, de Nazareno y oro: Ovación y dos orejas 

 Francisco Montero, de grana y oro: Dos orejas y rabo y dos orejas. 

 Los toreros y el mayoral salieron a hombros por la puerta grande. 

Crónica: Víctor Dorado Prado

Galería fotográfica: © Manuel del Moral Manzanares