ACTUALIZACIÓN (GALERÍA FOTOGRÁFICA)
El torero albaceteño destacó por su valor y disposición, obteniendo un rabo del sexto, premiado con la vuelta al ruedo. Enrique Ponce y Curro Díaz cortan un trofeo respectivamente ante un lote deslucido para ambos.

La centenaria plaza manzanareña abrió sus puertas en una fecha atípica para la localidad, porque atípica es la temporada, pero ahí estaba Manzanares, fiel a cada temporada, con sus ciento veinte años de historia, con su solera, con su caché, y con un empresario y un alcalde comprometidos con la tradición, con el pueblo y en definitiva con la tauromaquia, ¡gracias!

El maestro Enrique Ponce; el más representativo de las consideradas figuras del toreo del momento, y de los pocos que han echado “la pata palante” durante la presente temporada; Se encontró en primer lugar con un primer toro de Las Monjas, que fue el clásico “toro medio” que poco dice y poco transmite al igual que deja entrever las carencias de su poder y de su condición. El oficio y solvencia de Ponce resolvieron con la sobrada y sabida técnica que atesora el valenciano. Enjaretado a media altura, con una faena marca de la casa cobrando un primer apéndice tras una estocada casi entera.

El cuarto, de buena presencia, lo lanceó Ponce de salida para comprobar ya “sin anestesia” la sosería del castaño de Las Monjas. La lidia por parte de la cuadrilla, un derroche de desorden, de malas colocaciones y sin que nadie pusiera coherencia lidiadora (algo extraño en una cuadrilla tan experimentada). De pena y excesivas las varas de José Palomares, los errores de colocación de “Jocho”, los apuros de Padilla y la falta de acople de Neiro, que no terminó de gobernar la brega del deslucido toro de Las Monjas. En la muleta poco que destacar, el torero citando, el animal agarrado al piso y aquello resultando soporífero. “La guinda” el bajonazo infame de Ponce. Silencio para el torero de Chiva.

Curro Díaz recibió al segundo de la tarde con el pecho por delante, encajado en el embroque del suave apresto de su percal. En banderillas dejó dos buenos pares Oscar Castellanos, quien saludó montera en mano. El de Las Monjas realizó un espejismo de colaboración en los primeros tercios para después pararse a mitad del viaje y lanzar “recaditos” a la cintura de Curro, imposible trazar, dibujar y sentirse con el toro. Desclasado y sin opciones el de Las Monjas. Lo pasaportó el de Linares, recibiendo palmas desde el tercio.

Reyezuelo” hizo quinto. Guapo de hechuras y acapachado de pitones, al que optó Curro por lancear en pro de un recorrido y un celo que ya se antojaba escaso de salida. Oscar Castellanos prosiguió en dicha labor de hacer, de llevar, de mostrar los caminos al de Las Monjas, al cual cuidaron en el caballo y en banderillas, pero ni con esas. Justito de celo, de raza y de posibilidades también este quinto de la divisa sevillana. Además, por la falta de fuelle y de poder, con un claro peligro sordo, al pararse, al quedarse en los pies, dedicando miradas y protestas nacidas de su falta de condición. Con la muleta en la mano izquierda encontró el de Linares un resquicio donde decirle al toro ¡por aquí es por donde te estoy diciendo c…….o! robándole naturales con dominio, intensidad y una gran dosis de vergüenza torera, ya que habría sido muy sencillo abreviar y aliñarlo sin más. Sobrevino el percance sin consecuencias y se fue detrás de la espada, en una actuación tremendamente digna de Curro, cortando una oreja.

Sergio Serrano salió ante el tercero como debía; Dispuesto y a por todas, hincando las rodillas en tierra y cargando la suerte a la verónica, tanto en el recibo capotero como en el quite artístico donde dejó una fenomenal media verónica. Brindó la faena Serrano a su apoderado, el matador de toros y empresario Manuel Amador. El comienzo de la faena, rodillas en tierra, algo amontonado, por aquello de las intenciones y el objetivo de dejar claras sus intenciones y ganas de triunfo. Ya en los medios el de Las Monjas desarrolló largura en el viaje, y una embestida más alegre que aprovechó Serrano en tandas marcadas por la inercia del animal, las cuales llegaron mucho al tendido. El desarrollo del trasteo basado en la voluntad del albaceteño y la estocada, algo defectuosa de colocación, pero de efecto fulminante llevaron el doble trofeo a manos de Serrano.

El sexto, también castaño, también con buena presencia, y también moviéndose de salida, pero claro, con la tendencia que traía la corrida, sin ser apretado ni exigido por el capote del albaceteño Sergio Serrano. Fue cuidado en el caballo que manejó el gran picador Tito Sandoval, aunque el buen sitio donde cayó la puya le hizo sangrar mucho. En la muleta llegó el castañito con un brío que aprovechó Serrano. La faena fue de manos a más, alcanzando las mejores cotas al natural donde Serrano presentó una muleta rastrera, templada, poderosa y de bonito trazo. Después la petición injustificada de indulto, estropearon la obra de Serrano. El público confunde la movilidad y la buena nota de un toro que embiste con ritmo y largo en la muleta, con lo que debe reunir un animal para ser indultado. Los triunfalismos y las incoherencias son negativas y además incongruentes en estos casos. Máximos trofeos para el albaceteño (exagerado el rabo) y vuelta al ruedo para un toro de Las Monjas que fue “el rey tuerto en el país de los ciegos”.

Plaza de Toros de Manzanares, Buena entrada ante las restricciones sanitarias lógicas del aforo. Tarde de agradable temperatura.

Se lidiaron toros de Las Monjas, sin raza y muy deslucidos en líneas generales. Destacó el buen sexto, que llegó a la muleta con trasmisión y claras opciones de triunfo.

Enrique Ponce, de espuma de mar y oro: Oreja y silencio.

Curro Díaz, de rosa y oro: Palmas y oreja.

Sergio Serrano, de caña y oro: Dos orejas y dos orejas y rabo.

Crónica Víctor Dorado.

Fotografía Manuel del Moral.