De gris perla y oro emprendió decidido y asentado el camino del reto Emilio Huertas. El reloj vencía las siete de la tarde y el coqueto ruedo de La Solana se pobló de torería. ¡Qué bonito el torero delante de sus cuadrillas! Los dos tercios que ocuparon los tendidos esperarían que los alguaciles se taparan para tributar la ovación sentida y agradecida del respetable hacia el torero, hacia el gesto, hacia el compromiso de Huertas para con su profesión. ¡La Mancha sabe estar, y La Mancha tiene sensibilidad cuando la necesita!

Abrió la función un primero de seis toros del Ojailen a los que les faltó transmisión en líneas generales, salvo quinto y sexto que rompieron más hacia delante con franqueza. Desigual de presentación aunque con el trapío suficiente en conjunto para una plaza de tercera categoría. El que abrió plaza tuvo en su comportamiento la similitud con su morfología, poco celo y poco contenido en sus embestidas como poca belleza en sus hechuras. De su lidia cabe destacar el templado capote de Ivan Aguilera. El trasteo de Huertas con la franela a media altura y evitando exigirle al animal no caló muy hondo porque allí no cabía mucho mas. Mediante la consecución de encontrar las alturas y trajinar la embestida en cercanías le cortó la primera oreja tras una estocada tendida que rompía el hielo de la calurosa tarde.

El segundo capítulo de la encerrona quedó inerte por el típico garbanzo negro que siempre suele aparecer una tarde de toros. Y negro era el garbanzo, suelto de carnes, tocado arriba de pitones y que no permitió el lucimiento del matador desde principio a fin. Los de plata “titulares” sin embargo, si brillaron con el cinqueño. “El Turuta” lo señaló perfecto dándole previamente los pechos del caballo, Javier de Esperanza lo intentó siempre romper hacia delante con el tacto de su percal y José Otero lo cuajó con los palos sensacional. Caminó el del Ojailen de manera descoordinada en los primeros tercios donde sumó una acusada querencia a toriles y tablas, como acobardado o dolorido. Huertas no pudo ni extraer una tanda. Tras un pinchazo se terminó echando.

Después de un comienzo incierto del festejo, en tercer lugar saldría “Galguito II”, guapo hasta decir basta. Sardo de capa y reunido en sus hechuras, con su carita colocada y esa expresión dulce de cuando estos animales adelantan el hocico queriendo coger las telas. En el recibo capotero faltó acople y continuidad, por la falta de fijeza de salida. Con un galleo por chicuelinas lo puso en la jurisdicción de Juan José Martínez que lo midió sin pegarle. Luis Carlos Castellanos lanceó con profundidad y largura para que Jorge Fuentes dejara los palos con torería y arriba. En la muleta apareció la zurda de Huertas. La que mece los vuelos con suavidad o con autoridad dependiendo del oponente. En este caso con la sutileza que requería “Galguito”. No permitió el sardo tandas largas ni demasiadas exigencias, pero si regaló una docena de embestidas con un ritmo que aprovechó Huertas para sentirse, encajarse y gustarse al natural. Con esa docena de naturales sobraron los comienzos y sobraron los finales. Tras dos intentos de traérselo en la suerte de recibir que el toro no concedió, se volcó Emilio sobre el morrillo para dejar una estocada que le valió las dos orejas.

Cambió el terno “gris perla”, por un precioso “azul noche” para continuar la tarde el torero manchego, que se iba a encontrar con el castaño que hizo cuarto. Las hechuras menos bonitas, y el comportamiento a menos no iba a permitir que la tarde siguiera por la senda del triunfo. Punteó las esclavinas en los primeros tercios donde la movilidad auguraba cierta colaboración en la muleta, pero no fue así. Tan solo por el lado derecho con la pañosa a la altura que permitía el animal, logró el torero alguna tanda limpia, pero sin profundidad. Aquello carecía de contenido artístico. Este lo pinchó dos veces en la yema tirándose muy derecho para maquillar la función, pero fue al tercer intento cuando dejó una buena media que le sobró, recibiendo palmas del respetable.

Con el numero 40 saldría en quinto lugar “la niña bonita” de la corrida. “Andarín” de nombre, de capa negra, serio por delante y serio en su comportamiento. No quiso hacer gala de su nombre el del Ojailen, y galopó con un tranco cadencioso y hacia delante que coloreaba el cuadro de otra manera. ¡Este si se movía como se mueven los del Ojailen! Huertas se ajustó a la verónica en un recibo acompasado y de sometimiento por parte de un torero venido arriba que físicamente ando sobrado. De nuevo los de plata magníficos. Ramón Flores señalando arriba y midiendo para dejarlo crudito a ordenes del matador, Javier de Esperanza perfecto con el capote y José Otero realizando el tercio completo, en tres pares de banderillas con exposición y arrojo que hizo arrancar la música. Este toro lo brindó el torero a una familia de Ampuero (Cantabria) fieles seguidores de Huertas desde sus inicios. Con distancia se la puso el de Santa Cruz, para que “Andarín” siguiera luciendo la transmisión y el recorrido en sus embestidas. Fijeza, continuidad, humillación, ritmo, y un sinfín de matices positivos arrojó este quinto. El torero en los medios y en la media distancia lo volvió a cuajar con la izquierda, que es la que manda en el toreo y es la que vale cuando se coge el palillo por el centro y se echa “la pata alante” para enganchar a los toros y llevarlos hasta atrás cargando la suerte como interpretó Huertas con “Andarín”. Para que la obra no fuera completa apareció el mal fario de los aceros, cuando inexplicablemente la espada iba a “hacer guardia” en dos ocasiones. Esto sumado con el fallo del verduguillo disipó los momentos de mayor emoción de la tarde.

Para cerrar la corrida, otro negrito, bonito de hechuras, más agradable de pitones, que se movió mucho en los primeros tercios y en los primeros compases de la faena. Enrazado el torero tras fallar al quinto con la espada, sacó la casta con el capote, dejándose llegar mucho a este sexto en un saludo capotero brillante. Ignacio Sánchez simplemente lo señaló y Jorge Fuentes lo bordó aprovechando la franqueza del número 38 del Ojailen. El brindis a los tendidos, en señal de agradecimiento y respeto con la afición tanto solanera como de la provincia, que se hizo presente con varias peñas taurinas de diferentes puntos de nuestro territorio, así como conocidos aficionados de la capital que no quisieron perderse la cita. Con la montera en la mano lo cambió dos veces por la espalda el torero, demostrando el valor que atesora. Tras un par de tandas muy logradas por el lado derecho, comenzó a echar la persiana el toro con el que Emilio iba poner fin a su reto. Acabaron los dos pegados a tablas, esforzándose Huertas por exprimir lo que le quedaba y dejando claro que allí había capacidad y arrojo para no aburrirse durante toda la tarde. Con la espada puso el mejor broche a la encerrona, yéndose tras el acero como una vela, para enterrarlo en la yema, en la mejor estocada de la tarde y una de las mejores de su joven carrera. Las dos orejas cayeron para quitarle a la boca el mal sabor de la espada que había dejado el quinto y ponerle una maginifica rúbrica a una tarde marcada por el esfuerzo de un torero, que sin duda demostró ambición, solvencia y compromiso con la cita en todo momento.

Crónica: Víctor Dorado Prado

Galería fotográfica: © Manuel del Moral Manzanares

Plaza de Toros de La Solana. Dos tercios de entrada. Tarde calurosa.

Se lidiaron seis de “Toros del Ojailen” desiguales de presencia y comportamiento, destacando el quinto por encima de los potables tercero y sexto.

Emilio Huertas (Gris perla y oro y azul noche y oro): Oreja, silencio, dos orejas, ovación, ovación y dos orejas.

José Otero saludó montera en mano tras parear al segundo.

El torero salió a hombros al finalizar el festejo.