El deslucido encierro de Partido de Resina impide el triunfo de una terna, compuesta por Serafín Marín, Andrés Palacios y Javier Herrero en Villarrubia de los Ojos.

Mientras Alejandro Talavante reaparecía bordando el toreo en el milenario anfiteatro de Arles, y Tomás Rufo tomaba una alternativa perfecta, irrumpiendo con mucha fuerza en el escalafón, los legendarios toros cárdenos –antes Pablo Romero- Partido de Resina, hacían de nuevo parada en nuestra provincia, como ya lo hicieran el pasado mes de agosto en Pedro Muñoz. Esta vez tocó en la tierra de los orígenes de la casta Jijona, Villarrubia de los Ojos; una de las siete castas fundacionales de la raza del toro de lidia, conocidos como “Toros de la Tierra”

El atractivo impulso del cartel, con esa importancia del toro, y la presencia del hierro de Partido de Resina, no convenció ni sació las expectativas del aficionado. Ni del aficionado, que sale tocado de estas tardes, ni del menos aficionado, ese que va con su nevera a la plaza, como toda la vida, a disfrutar y a vivir una tarde de toros entre amigos o familiares, según manda (ojalá por mucho tiempo) la tradición.

Quizá haya que reflexionar sobre la demanda real de Villarrubia de los Ojos, ya que el pasado año con una de “Jaralta” (también con reminiscencias “jijonas”) tampoco funcionó en lo que a asistencia se refiere, luciendo en sendas ocasiones (2.019 y presente año) una entrada muy discreta, en comparación del ambientazo que años atrás mostró la cubierta de Villarrubia con las peñas, y los tendidos a rebosar.

Los “toros guapos” de Partido de Resina, sobresalieron de manera magnifica por su presencia, algo desigual, pero con la morfología entipada del toro de hocico chato, mirada viva, y belleza inigualable. En su interior habitó un fondo muy justo de raza, con distracciones constantes y ese depósito de la casta con el piloto de la reserva parpadeando, y pidiendo a gritos una selección que saque a la ganadería de los problemas de la consanguinidad.

De nuevo vimos de luces un Serafín Marín por el que no pasan los años, manteniendo un estado de forma idéntico al que lucía en sus primeros años de una alternativa, que el próximo año celebrará su vigésimo aniversario. En su primero andó el catalán pulseando y cuidando la flojedad de su oponente, sin llegar a conseguir que aquello rompiese. Con el verduguillo anduvo atascado, escuchando silencio.

Su segundo fue una prenda. Un sobrero que remendó al inválido (o acalambrado, ya que después pareció recuperarse) que hacia cuarto, y al que fue imposible que los bueyes lo llevaran de vuelta a los corrales, siendo necesaria la oficiosa intervención de Serafín Marín con la tediosa pausa en el festejo que rondó los 40 minutos. Este “cuarto bis” comprometió en la lidia a los de plata y midió en todo momento los cites de la franela de Marín, que muy asentado y con ese oficio que dan los años supo resolver muy dignamente la papeleta. De nuevo el acero viajó a terrenos blandos, privando con ello al catalán de obtener algún despojo.

Andrés Palacios tuvo en su lote “a dos tuertos, habitantes del país de los ciegos” ya que ambos ofrecieron alguna intermitente acometida humillada y propicia para llevarlos, conducirlos por abajo y al menos “trajinar”. El albaceteño es un torero de buen corte, con el clasicismo como bandera, y además mostrando en cada tarde, fidelidad a su concepto, cosa de agradecer por otra parte. Se acabó pronto “Boliviano” que solo por chispazos obedeció por ejemplo, algún trincherazo con torería de Palacios.

Lo mejor de su actuación llegó en el quinto, “Gorrión, otro tuerto” el cual por momentos se dejó. Sonaron los acordes de Manolete, para inspirar a un Andrés Palacios que citó con buena colocación consiguiendo naturales de ortodoxa belleza. A esa primera serie -todo ello sin la continuidad deseada en el toro- le sucedió una más a pies juntos, con un cite “amanoletado” y muy sentido que tuvo belleza, temple y profundidad. De nuevo el acero no funcionó, una pena.

Javier Herrero llegó a Villarubia de los Ojos con tres costillas dañadas por un toro de Araúz de Robles, dos días antes en Sotillo de la Adrada. El segoviano ya demostró en Pedro Muñoz, tener un oficio más que sobrado, además de un poderoso concepto lidiador, sustentado por el valor y la entrega. Así llevó a cabo sus dos capítulos, por la senda del esfuerzo, hoy por partida doble, por esa lesión costal, de la que no se le apreció aparente merma física, ¡son de otra pasta!

El deslucido y más terciado de la tarde que hizo primero de su lote, rindió honores a su nombre, al no querer romper hacia delante, ni emplearse. El nombre, según indicaba el orden de lidia era “Cabrito” ¡las casualidades!

El hondo, grandón y hasta bastito de hechuras que hizo sexto, le permitió a Herrero de nuevo mostrar su arrojo, pundonor y capacidad para andar con estas corridas como si llevara 50 esta temporada. El aguantarle las medias paradas en sus embestidas, donde varias veces lo veíamos cogido, así como el pulso con el que la muleta empapó a “Remendón” fueron claves para cimentar una labor bien merecedora de oreja.

La tardanza en doblar del cárdeno enfrió un tendido al que le pesó una tarde ya muy cuesta arriba, muy duradera en tiempos, y que torció a buen seguro el gesto de la ilusión de una afición la de Villarrubia, por la que merece la pena replantear las ideas a modo “reset” y con el claro objetivo de llenar sus tendidos el próximo año, aunque el culto al toro, por la vía remota de los orígenes de la casta jijona tenga que ocupar un temporal segundo plano, ya vendrán tiempos mejores.

Crónica: Víctor Dorado Prado

Galería fotográfica: © Manuel del Moral Manzanares

Plaza de Toros de Villarrubia de los Ojos. Un tercio de entrada. Bochorno y moscas de vendimia a pesar de la cubierta.

Se lidiaron toros de Partido de Resina, desiguales pero serios, entipados y de notable presencia. Deslucidos en líneas generales, salvándose de lo desrazado y vulgar, el manejable segundo y el templado quinto en la muleta.

Serafín Marín, de purísima y oro: Silencio y silencio

Andrés Palacios, de caña y azabache: Ovación y palmas

Javier Herrero, de blanco y oro: Silencio y silencio.