Con un lleno hasta la bandera se reinauguraba oficialmente la Plaza de Toros de Ciudad Real. El mal uso de los aceros impiden el corte de más trofeos. Morante de la Puebla cortó la primera oreja de la nueva era en la capital.

Estaba guapa, radiante, con la cara limpia y la sonrisa en todo lo alto. Plena de vida. Eran las seis de la tarde de este veintiocho abrileño del veinticuatro, y así lucía la plaza de toros de Ciudad Real después de cinco años de pesares. Pero ya pasó, aquellas nubes grises se fueron, esperemos que para no volver.
La reinauguración se hizo esperar un poco más, una docena de minutos para ser exactos. Cosas de los reventones en las plazas de toros… Pero llegó, con Morante, Emilio de Justo y Roca Rey trenzando un paseíllo que dio gusto ver. ¡Qué bonita la plaza, qué bonito el ambiente!

Luego salió el toro, y en fin, hubo de todo. Podríamos decir, sin faltar a la verdad, que la tarde se dividió en dos partes, como si “Zapatones” hubiera marcado un antes y un después en esta cita histórica. También podríamos decir que fue el sorteo y el orden en que saltaron los toros de Luis Algarra al ruedo los que determinaron que del primero al tercero la película fuera una, y del cuarto al sexto otra. Pero yo prefiero escribir, porque así lo pienso, que fue Morante quien cambió el rumbo de la corrida.

Lo cambió con un toro acapachado y gacho con el que no pudo, aunque quiso, torear de capa, y al que Iturralde aguantó meritoriamente con la vara en su arrancada al relance. Lo sacó Morante con mucha torería a los medios, ganándole pasos hacia la boca de riego. Ya en los medios vio que este sí, le dejaría buscar el muletazo detrás de la cadera. Las tandas por el pitón derecho, el bueno del toro, fueron a más.
Encajado el sevillano, ajustándose mucho porque no sabe hacerlo de otra forma, y dando una lección de cómo debe ser el embroque de un toro bravo, recetó la suavidad que pedía el de Algarra. Cuando la faena estaba acercándose a ese punto en el que se mascaba que podía ser de dos, volvió a la mano izquierda. ¿Por qué? Eso solo lo sabe Morante. Cosas de artistas… Pero ahí bajó la intensidad y por eso después de una estocada casi entera, sólo podía ser de una. Y de una fue. Bien por Diego Ortega, que supo aguantar la petición de la segunda. Porque la seriedad en el palco también era muy necesaria hoy. Era tarde de poner cimientos.

Emilio de Justo pudo salir a hombros. Si mata al quinto por arriba, creo que Diego no hubiera podido negar la segunda. De cara y perfil anovillado, este de Algarra fue el único que de verdad se dejó con el capote. Y el extremeño lo aprovechó en un manojo de verónicas metiendo los riñones y enganchando dos metros antes del embroque.

Muy bien Emilio a la verónica, y mucho más flexible. Es una alegría ver a este torero ser lo que fue, por fin. Alegró el primer tercio con unas chicuelinas al paso, para repetir el quite, ya con los pies asentados en los medios. Allí comenzó también de rodillas, gesto agradecido por el público al que ya tenía en el bolsillo. Después comenzó una labor inteligente, de tandas crecientes en el número de los muletazos y en la intensidad de los mismos. Los buenos fueron todos por el derecho, y aunque faltó ajuste, hubo emoción. Unas manoletinas muy jaleadas a compás abierto adelantando la pierna de salida fueron el preludio de dos pinchazos arriba antes de una estocada de mérito. Y sí, creo que Diego hubiera dado las dos, pero se quedó en vuelta al ruedo.

Y salió el sexto por chiqueros para un peruano que es figura del toreo, y que llena la escena como casi nadie. He dicho casi, que haberlos, haylos. Probablemente este toro fue uno de los mejor hechos del encierro, y lo recibió a la verónica sin redondear, dejando una gran media en el quite tras pasar por el caballo. Se fue a los medios a brindar y pasarse al toro por delante y por detrás, y por ambos pitones. Pero lo meritorio fue la suavidad con la que comenzó el toreo fundamental en redondo. Ese toro que por el derecho le regaló un manojo de buenas embestidas, bien aprovechadas, tuvo sin embargo un peligro sordo por el izquierdo. Tragó tela por ahí, cambiándolo de pitón varias veces para intentar sobreponerse. Y acabó pegando tres o cuatro naturales de un mérito brutal. El epílogo, después de una tanda rotunda por el derecho, fue como de costumbre con circulares en los terrenos de cercanías. Pero pasado de faena, el toro no vendió la muerte con facilidad y Roca perdió el triunfo tras un pinchazo feo y una estocada que dejó el premio en una.

Los tres primeros, los de antes de que Morante girara el timón de la tarde, pasaron con más pena que gloria. Sobre todo porque los tres de Algarra fueron a menos, sin sacar fondo de casta ni fuerzas. Y sin esas dos cosas tan principales, de poco sirvió la innegable disposición de la terna. De nada sirvió la labor de enfermero de Morante con el primero, cerrada con un molinete, eso sí, con una gracia inigualable; de nada sirvió la insistencia de Emilio con el agarrado al piso segundo; y de nada sirvió la firmeza de Roca con el tercero, arrimón incluido con el socio colaborador hecho ya un marmolillo.

Cuando la tarde tocaba a su fin, un espectador, llevado más por la euforia etílica que por sus indudables conocimientos en tauromaquia, pedía a gritos al peruano que no matara al toro. Su vecino de localidad y espectador igual que él, viendo la insistencia, frenó su argumento con una sentencia sin desperdicio: “Como no lo va a matar, si es ya el último”. Por cosas como esta la tarde era, como decíamos, de poner cimientos.

Crónica: Álvaro Ramos Golderos.

Galería fotográfica: © Manuel del Moral Manzanares

FICHA:
Plaza de Toros de Ciudad Real. Reinauguración de la plaza después de casi cinco años cerrada. Lleno en los tendidos.
Se lidiaron toros de Luis Algarra, de presentación demasiado justa para una cita histórica, especialmente en cuanto a las defensas se refiere, más bravos y con más fondo los tres últimos. Los tres primeros muy venidos a menos.
Morante de la Puebla: saludos desde el tercio y oreja con fuerte petición de la
segunda.
Emilio de Justo: saludos y vuelta al ruedo.
Roca Rey: palmas y oreja.
Se desmonteraron en banderillas Curro Javier y Alberto Zayas en el primero, y Joao
Ferreira en el cuarto.

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