Hoy que atiza la calima más que nunca en este Julio infernal, cuando en otro momento estaríamos ya soñando con la magia que envuelve nuestra añorada Pamplona taurina, se nos ha marchado nuestro querido Pepe Linares. La muerte es sucia y fea, te bloquea, te arranca sollozos pero hay que intentar darles de lado para dedicarle con cariño estas sentidas letras como un brindis de afecto eterno.

Como sabéis  fue un gran médico dentista en Ciudad Real, de los de siempre,  que se gano el cariño y el respeto de sus colegas y sobre todo de sus pacientes. Pero dejando a un lado  lo profesional a mí me gustaría en este instante recordar a ese Pepe en su lado humano y de esa pasión que recorría sus venas, el mundo de los toros, que conocía como nadie.

Siempre se ha hablado en los coloquios taurinos, para poner ejemplos comparando con el momento actual, de los ganaderos añejos, de los toreros antiguos, de  los críticos de antes e  incluso de los empresarios o apoderados de antaño, como ejemplo de personas o personajes de una época irrepetible de la tauromaquia, bohemia, romántica. A esta lista habría que añadir sin duda, y muchas veces no se hace,  la del aficionado de siempre, como pieza fundamental de la tauromaquia.  Para mi Pepe y su querida mujer, Delia, han sido el ejemplo más claro y fiel de lo que es un aficionado a los toros, ese arte tan nuestro, tan español.

Pepe y Delia estuvieron en todas las ferias donde había que estar, recorriendo de arriba abajo, año tras año nuestra piel de toro, siguiendo a sus toreros, en aquellos hoteles a reventar de gente y exponiendo luego con vehemencia, en aquellas tertulias míticas que se daban en tantas ferias tras las corridas sus siempre valorados y respetados comentarios.

Pepe siempre aparecería por allí elegante, con su traje y su corbata y su sonrisa de oreja a oreja, no era de muchas palabras seguidas, pero si profundas, como a él le gustaban los muletazos, pocos pero buenos.

Él como nadie supo adentrarse en nuestra fiesta y conocer en primera mano sus grandezas y  sus miserias, y jamás perdió la pasión. Fue siempre muy generoso con los toreros y sus gentes y  supo como nadie saber estar,  en un mundo donde, como en la cara del toro,  la colocación es fundamental. Por todo eso se gano el cariño y el respeto de los profesionales.

Lo recuerdo como si fuera hoy mismo en Sevilla, cuando después de la corrida  en la Maestranza nos cenábamos unos huevos con papas y chorizo en el Arenal que remontaban cualquier tarde aciaga o en esas largas tardes del  verano manchego, después de la siesta, charlando en su chalet , rodeado de sus fotos y recuerdos,  de cómo iba la temporada.

Ahora su testimonio y su ejemplo nos quedan perennes en su mujer Delia Gancedo y en sus hijos, Pepe, Antonio, Delia y Félix, su nieta Julia y el resto de familia y amigos.

Tardará mucho en llegar , si es que llega, el que llene el vacío que dejan su voz, su risa y su corazón, sus hazañas, su bondad  y su compromiso , en la localidad que él deja ahora libre en las plazas de toros.

Querido Pepe cuídanos desde tu grada en el cielo. Hoy la Fiesta Nacional perdió a uno de los suyos, a uno de los de verdad.

Javier Benezet Mazuecos

Fotos: Archivo J. Benezet

Sevilla 6 de Julio 2020